miércoles, 2 de febrero de 2011

38. Mi vida de nuevo estudiantil.

En Zaragoza me pongo las pilas para poner en funcionamiento mi cerebro de otra forma, que no es mejor ni peor: mecánica, automata y concienzuda (perseverante). Sigo siendo yo misma, la reflexiva, soñadora, movida por mi instinto, mis motivaciones,... pero a partir de hoy con mayor control y trabajo.  

Recordando mi vida estudiantil desde que era chiquitina hasta hoy en día voy sacando algunas anécdotas:

- Solo se que no se nada. A veces digo esta famosa frase en la clase ante el profesor/a. Nunca terminé mal. Menos mal.

- Gracias a mi cara de chica buena ¡cuántas veces me libre de algún que otro castigo! Por ejemplo irme por ahí con otras chicas de paseo dentro del colegio en lugar de estar en el patio tiritando a la hora del recreo. Los profesores siempre nos creen que nos ibamos a buscar el abrigo, o cualquier otra cosa, por ejemplo.

- No me encuentro bien, mamá... He de reconocer que es más díficil convencer a mis papas que me quede en casa que a la mayoría de mis propios profesores cuando me ven un poco pachuchilla.

- Los mismos trabajos para diferentes cursos. Como hago buenos trabajos, siempre me los guardo por si acaso... ¡Y vaya si que sirvieron algunos trabajos!  Por ejemplo, el trabajo sobre Goya me sirvió también para el año siguiente, que había que elegir un personaje famoso y contar su historia. Recuerdo que mi profesora me preguntó que porque había escogido a este personaje. ¿Por ser sordo? No sé cómo fui capaz de decirle que bueno... si que me gusta pero también es un trabajo que hice el año pasado y...creo que sirve también para ahora. La seño que tamibén era mi tutora, no dijo nada. Creo que pensó que así aprendía a dar utilidad a lo aprendido, lo trabajado.

- ¡Ssshhh! A veces me aburría en las clases de matemáticas en el segundo de la ESO porque tuve a la misma profesora durante los dos años del primer ciclo. Vocalizaba muy bien y siempre le entendía a la primera en todas sus clases. Gracias a ello, el primer año aprendí todo de forma significativa y lo pude guardar para siempre en mi cabecita. Entonces el año siguiente, en 2o ESO, la profe al explicar nuevas lecciones adivinaba anticipadamente cómo se realizaban las operaciones, se resolvían los problemas. Y esta profe se dio cuenta de ello y por este mismo motivo me mandaba más deberes. ¡Jou! Fui tonta por mostrar mi ansia de resolver todo lo que nos planteaba en la clase.

Ninguna respuesta es correcta, ¿qué hago? En un test de la asignatura Tecnología mientras examinabamos me di cuenta de que en una pregunta ninguna opción era correcta. Y se lo hice saber a la profesora que estaba de guardia (el profesor de la clase estaba ocupado). Me dijo que escogiera la mejor respuesta que me parecía. Con paciencia me dijo, la a) ¿qué te parece? ¿es correcta? No....le contesté. ¿La b)? Tampoco... la c) ¿entonces si? Le dije al final pero si ninguna era correcta... Y me contestó yéndose después que tenía que elegir una respuesta a pesar de todo. Pues elegí cualquiera de las tres opciones. La nota que saqué, como consecuencia un 9,8. Tampoco pasa nada pero...¡oye! ¿Nadie puede creer a un niño o una niña?

- ¡Oye, eso está bien, porque lo dice el libro...! Una compañera me pidió mi examen ya corregido para ver donde estaban sus errores. Descubrió que en una pregunta respondió lo mismo que yo y se fue corriendo a decirselo al profesor. El profesor vino a decirme que estaba mal, que no se había dado cuenta de que respondía así y que me iba a bajar un poquito la nota. Yo me quedé sorprendida y le dije pero...si lo respondo porque lo pone en el libro. Espera, lo busco. Aquí lo tienes. ¡Al final tuvo que avisar a toda la clase que había un error en el libro...!

- Raquel, no copies a tu compañera. Recuerdo mi primer año en el colegio de integración. Por ser sorda, todos los profesores estaban muy pendientes de mi... Por si llegaba a entender o no... En uno de los primeros días, en la clase de matemáticas estabamos resolviendo los ejercicios que nos mandaba la profe. Mi compañera de la mesa y yo siempre acababamos pronto. Nos gustaban estos ejercicios (creo que eran ecuaciones simples). La profe al pasar por nuestra mesa veía que tanto los suyos como los míos estaban bien. Los siguientes ejercicios los resolvimos con la misma rapidez y de forma correcta. En la tercera ronda... la profe no pudo más y me dijo que...por favor que no copie a mi compañera. Yo me quede extrañada creyendo que no le entendía bien... y menos mal, que mi compañera se puso a defenderme diciendo que yo sola hice todos estos ejercicios. Desde entonces, la profesora se dio cuenta de que a pesar de ser sorda no tenía porque ser inferior y reaccionó rapidamente confiando ya en mis capacidades y mis habilidades. Menos mal que lo hizo porque ahora que conozco la importancia del efecto de Pigmalion (la influencia que ejerce el profesorado sobre sus alumnos con sus expectativas y opiniones en relación con ellos)

- De mi vida universitaria también tengo varias anécdotas (algunas no muy buenas pero ahora las recuerdo con cariño). Una bonita y graciosa... Una profe mía corrigió los exámenes sin mirar los nombres pero con la convicción de que el mío lo identificaría y ¡resulta que no! Me lo dijo ella misma. Me gusta su sinceridad.

Creo que ya vale por hoy, ahora toca hincar codos de verdad, jejej.

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